lunes, 4 de mayo de 2015

La memoria de García Gutiérrez | Laurel y rosas (34)

Presentación del catálogo-memoria del bicentenario de García Gutiérrez. Foto: Puente Chico, la revista de Chiclana.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
El catálogo-memoria “García Gutiérrez, el triunfo del Romanticismo. 1813-2013” no es, ni ha pretendido serlo, un memorándum de aquel bicentenario del que vamos a cumplir dos años. Aunque ve la luz ahora, se concibió y diseñó a principios de 2014, aunque por entonces no fue posible publicarlo en papel. En origen fue una idea de Andrés Peláez, director del Museo Nacional del Teatro, que nos urgió a que recuperáramos las principales investigaciones sobre García Gutiérrez que se leyeron en el curso de verano que le dedicó la Universidad de Cádiz. También nos animó a que no perdiéramos la posibilidad de dejar por escrito la investigación previa que desembocó en la exposición “García Gutiérrez, el triunfo del Romanticismo. 1813-2013”, de la que tuve el honor de ser comisario. Así como sugirió que rememorásemos aquella muestra, con sus textos y con las imágenes de las piezas que se expusieron, casi doscientas en total. Todo ello, junto a una cronología fundamental y una bibliografía esencial de la obra de García Gutiérrez, compone este catálogo-memoria publicado ahora por el Ayuntamiento de Chiclana. En el anexo se incluyen, además, las obras de teatro sobre García Gutiérrez que se estrenaron en aquel 2013 dentro del ciclo “Chiclana con su poeta”. 

Portada del catálogo-memoria de García Gutiérrez publicado por el Ayuntamiento de Chiclana.

     Es sobresaliente la participación en este catálogo-memoria que en trescientas páginas vislumbra da una imagen global de todas las caras de García Gutiérrez, algunas muy conocidas, otras no tanto. Gracias al profesor Pedro González Tuero –con su breve ensayo, “De la época de un romántico”– nos adentramos en el contexto histórico en el que convivió García Gutiérrez desde la explosión del Romanticismo en Cádiz hasta en panorama literario, social y político de aquel Madrid que le recibió en 1833. El historiador Joaquín García Contreras nos regala “A propósito del viaje a Madrid”, donde da nuevas claves de por qué García Gutiérrez dejó Cádiz, y como poco o nada tuvo que ver con ello el cierre de las universidad por Fernando VII. El profesor Javier Huerta Calvo, director del Instituto del Teatro de Madrid, nos narra con un detalle nunca leído hasta ahora “Cómo fue el estreno de El Trovador” aquel 1 de marzo de 1836 y nos explica, además, que en “El Trovador” nada es casual. Ni el título, ni ese subtítulo de “drama caballeresco en cinco jornadas en prosa y verso”, ni esa estructura de la obra que constituye “el paradigma ideal del drama romántico en España”.

      Pero García Gutiérrez es mucho más que “El Trovador”. Nos lo demuestra el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, Enrique Rubio Cremades, en su ponencia sobre “Los otros dramas y comedias”. La disección de las obras teatrales de García Gutiérrez –casi setenta y muchas de ellas escritas en verso– entre no originales y originales permite una primera división, ya desde “El Vampiro” (1834). Dentro de las originales, primero recorre las de contenido histórico, tan de moda, y, en segundo lugar, las realistas, “que preconizan y materializan nuevas formas y contenidos teatrales”, como las comedias “El caballero de Industria” –la única que sitúa en Chiclana– o “Un grano de arena” (1880), su última obra. Son precisamente estos “Modelos cómicos” los que examina el profesor Alberto Romero Ferrer, profesor titular de Literatura Española de la Universidad de Cádiz, que dirigió con extraordinario acierto aquel curso de verano. “Registros, formas y matices que nos dibujan un García Gutiérrez mucho más complejo y plural”, escribe. El dramaturgo también tiene su hueco “En el canon de la poesía romántica”, que es el texto que firma el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Extremadura, Gregorio Torres Nebrera, fallecido a principios del pasado año. Finalmente, el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Sevilla, Alberto González Troyano, nos recuerda que si García Gutiérrez está vivo, fuera y dentro de nuestras fronteras, es gracias a Verdi. Con “Il Trovatore” y “Simon Boccanegra”, está en el conjunto de su obra operística a la altura Shakespeare, de Victor Hugo, de Schiller.
Paco López en el papel de García Gutiérrez. Foto: Estela Sánchez

      Pero si singulares aportaciones al conocimiento de García Gutiérrez son estas investigaciones, no lo son menos las cinco obras de teatro incluidas en el catálogo-memoria. Sin entrar a fondo en sus logros dramáticos, poseen un extraordinario poder divulgativo. Cuatro de ellas son biográficas: fijan la tensión dramática en un García Gutiérrez muy particular. Distinto siempre, riguroso en todos los casos. El que concibió Tomás Gutiérrez e interpretó Paco López ha sido de una gran intensidad y profundidad. El que Pepe Raya resucitó con Manolo Warletta haciendo de él mismo –es decir, de García Gutiérrez– es entrañable y elocuente. Aquel que Miguel Ángel Bolaños erigió e interpretó para Taetro y su itinerante noche romántica es irónico, lúcido y crítico. Aquel otro que Jesús Romero creó para que Gari León lo escenificara en sus últimos días de vida aportó un singular punto de vista sobre el éxito y sus contradicciones. Angelines Domínguez asumió desde Teatrín que debíamos intentar hacer llegar “El trovador” a los colegios e institutos con una versión adaptada y contemporánea. Ese “Trovador fantasma” de Miguel Ángel García Argüez fue un acercamiento inteligente y cotidiano.

Leer en Diario de Cádiz:



jueves, 30 de abril de 2015

Entrevista | Amancio Prada: “Para mí, cantar es una forma de ofrecer el alma”


El cantautor de la mística estrena La voz descalza, un espectáculo en el que versiona ocho nuevos poemas de santa Teresa y regresa a san Juan de la Cruz, “dos llamas de amor ardiendo en un mismo fuego”.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | VIDA NUEVA

El gran cantautor de la poesía española participa en este V Centenario de santa Teresa con un acercamiento íntimo y místico, La voz descalza, en el que vuelve a san Juan de la Cruz y se adentra en santa Teresa como nunca antes lo había hecho. “Vivo sin vivir en mí” era hasta ahora el único poema de Teresa de Jesús que había versionado y hace ya casi tres décadas. Lo incluyó en el disco Trovadores, místicos y románticos (1990). En La voz descalza –en el disco y en el concierto con el que recorre todas las ciudades teresianas– estrena ocho poemas de la santa de Ávila. “Le puse música al famoso poema de santa Teresa porque me lo pidió un director de cine francés, Pierre Gauge, que en 1981 vino a España para hacer una película sobre Teresa de Jesús, con motivo del IV centenario de su muerte. Él conocía mi versión del Cántico y por eso pensó que podría cantar también su “Vivo sin vivir en mí” –admite–. Me daba miedo, la verdad, me parecía una temeridad intentarlo. Pero sí, caí en la in-tentación”.

Y salió bien…

Recuerdo que hicimos la grabación en el convento de la Encarnación, en el locutorio donde dicen que san Juan se entrevistaba con santa Teresa y sus palomas. Más tarde descubrí la versión de san Juan también a lo divino del estribillo popular, Que muero porque no muero, y lo canto a veces con la misma música, que le cuadra igualmente. Y ya no me doy cuenta de cuando estoy cantando a san Juan o a santa Teresa. Porque ese poema es el paradigma de las dos llamas de amor ardiendo en un mismo fuego, un mismo amor.

¿Qué es lo que ha descubierto en santa Teresa que antes no había visto?
En santa Teresa percibo un decir más entrañable, de entraña femenina. “Ahora es tiempo que veamos adónde llega el querer, si es verdad que nos amamos, pues ya me vengo a esconder entre este árbol y sus ramos”… Es impresionante su “Soberano Esposo mío”. Sí, santa Teresa es la esposa de la canción, la esposa del Cántico. Y en los escogidos versos suyos que ahora canto se puede comparar con san Juan, poeta máximo. A veces uno mira y no ve. Y otras veces, ve sin mirar. Como diría san Juan, “todo se me dio cuando con amor propio no lo busqué”.

Ha escrito estas ocho nuevas canciones “en una especie de rapto o trance” dedicadas a su madre, Teresa Prada. ¿Cómo ha sido ese proceso de creación, iluminación, réquiem y oratorio?

Algo así. Pero no sé bien lo que me pasó. No sé. Fue un desbordamiento emocional y estético. Por ejemplo, la canción “Soberano Esposo mío” la compuse con el tono de las últimas palabras que pronunció mi madre. Para mí es la canción de una buena muerte. Estaba naciendo la canción y al cantarla sentía una alegría inmensa, pero no dejaba de llorar.




El planteamiento del disco –y de sus conciertos– es un diálogo entre las canciones-poemas de san Juan de la Cruz y santa Teresa. Era en cierto modo inevitable, ¿no?

Sí, la imagen de las velas es perfecta. Ya sabe, en palabras de la santa, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo que toda la luz fuese una… Pues eso. Lo que descubra o sienta ante ello el espectador… Eso es cosa suya, “según su modo y caudal de espíritu”, como advertía san Juan, que los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura.

Aunque se les une a través de la mística y, evidentemente, del Carmelo Descalzo son dos universos en sí mismo…

Sí, claro. Dos universos distintos y que confluyen. Dos descalzos que caminan en la misma dirección, cómplices en la reforma y cada uno por una senda… Amigos fuertes en tiempos recios. Pero yo, sinceramente, no me siento capaz de profundizar en eso que usted señala. Doctores tiene la mística.

A san Juan de la Cruz ha vuelto una y otra vez. ¿Qué ha supuesto para usted desde aquel primer disco de Cántico espiritual en 1977?

El Cántico espiritual es la obra que más alegrías me ha dado. Desde aquella primera versión que estrené en Paris, en el Teatro de la Gaîté-Montparnasse, el 28 de abril de 1973, y la definitiva, el 9 de abril de 1977, en la iglesia de san Juan de los Caballeros, en Segovia, son innumerables los conciertos que he dado con esta obra y además en espacios o escenarios de enorme belleza. Tengo que darle más de mil gracias a san Juan, claro. Procuro dárselas cantando, cantando cada vez mejor.

Usted ha confesado que lo leyó por primera vez en 1970, en París. ¿Qué recuerda de aquella primera lectura “con los ojos y con los oídos”, como ha dicho alguna vez?

El deslumbramiento. Sí, vivía yo entonces en una buhardilla del boulevard des Malesherbes… En la soledad sonora de aquel ”palomarcillo”, que diría la santa, pude oír el rumor humano y el gorjeo de lo divino, la música callada. Gracias al libro aquel que me regaló mi vecino de “chambre de bonne” y en la Sorbonne, Silicio Félix Pardo. Harto de mis canturreos nocturnos, él me lo regaló como diciendo “toma, lee y calla”… Pero fue peor el remedio que la enfermedad: al deslumbramiento le siguió enseguida el canto. Cantar el Cántico. Y así hasta hoy.



A san Juan de la Cruz le ha dedicado varios discos, creo que cinco. Desde entonces, “místico”, “espiritual”, son dos adjetivos que van con usted… ¿siente su peso?

Lo de místico en mi caso es una exageración mayúscula. Místico es san Juan, no yo. Un místico es un enamorado de Dios. Yo lo soy de la poesía y de ese amor. En realidad no sé muy bien lo que soy. Siento que cuando canto es cuando soy. Y sin embargo, al mismo tiempo dejo de ser yo. No lo entiendo muy bien.

Bastaría escuchar “Llama de amor viva”, “La Fuente que mana y corre”, “En una noche oscura” o “Del verbo divino” para comprender la vigencia de san Juan. ¿Qué tiene hoy que enseñarnos Juan de Yepes?

Aunque conozco mejor la biografía de san Juan que la de la santa, la verdad es que no me atrevo a ir más allá del canto. Conservo aquel libro de la BAC que me regalaron como un precioso tesoro, Vida y obra de san Juan de la Cruz. Recuerdo cuánto me costaba dar con las páginas de su poesía, tan pocas, en medio del bosque de comentarios.... ¡Y eso que san Juan se mostraba reacio a las declaraciones! Aquellas pocas páginas son las que sigo buscando, las que alimentan mi canto. La poesía es el germen de todo.

¿Y Teresa de Ahumada?

He leído en esta misma revista el mensaje del papa Francisco con motivo del V Centenario sobre la ejemplaridad de Teresa de Jesús... Un mensaje de profunda y llana elocuencia.

Recorre las ciudades teresianas descalzo, solo con su guitarra. Poema, canto, plegaria, ¿hay en usted y su música también un diálogo con Dios?

Sí, cantar como quien reza. Lo dice bien Antonio Colinas, plegaria de silencio en el silencio… Y Juan Carlos Mestre, autor del guión de La voz descalza: “La música es una oración del alma del mundo”. Los poetas dicen la verdad. Para mí, cantar es una forma de ofrecer el alma.

Por los caminos descalzos…
Conciertos confirmados de Amancio Prado:24 de abril: ALBA DE TORMES, Teatro de La Villa. 21 de mayo: ÚBEDA: Antiguo Hospital de Santiago.30 de mayo: MÁLAGA, Palacio Episcopal ("Ars Málaga").8 de junio: SALAMANCA: Festival FACYL.13 de junio: BURGOS Museo de la Evolución Humana.27 de junio: SEGOVIA, Iglesia de San Juan de los Caballeros.3 de julio: ALCALÁ DE HENARES, Teatro Cervantes.11 de julio: Castillo de LA ADRADA (Ávila).18 de septiembre: ZAMORA, Teatro Principal.19 de septiembre: LEÓN, Auditorio.15 de octubre: SORIA, Palacio de la Audiencia.11 de noviembre: PALENCIA, Teatro Principal. Más información en: http://www.amancioprada.com/
Leer en la revista Vida Nueva (nº 2.938):
http://www.vidanueva.es/2015/04/24/amancio-prada-cantar-es-una-forma-de-ofrecer-el-alma-santa-teresa-jesus-la-voz-descalza/


jueves, 23 de abril de 2015

Van der Weyden y la perfección estética

El Descendimiento, en su nueva ubicación en la exposición del Prado. Foto: Museo del Prado.

El Museo del Prado dedica una histórica exposición al pintor flamenco reuniendo, por vez primera, sus tres grandes obras maestras: el Descendimiento, el Tríptico de Miraflores y el Calvario, recién restaurado.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | VIDA NUEVA

Rogier van der Weyden (Tournai, h. 1399-Bruselas, 1464) fue uno de los más grandes pintores de la historia. “Es uno de los artistas más audaces e influyentes de todos los tiempos”, le define Miguel Zugaza, director del Museo del Prado. Sus obras “engalanaron las cortes de todos los reyes”, según el cardenal Jouffroy, obispo de Albi. No firmó ninguna. “Solo tres pueden atribuírsele, en función de evidencias documentales fiables y tempranas, con absoluta seguridad. Las tres forman parte de la presente exposición en el Museo del Prado. Nunca antes se habían visto juntas y ni siquiera las vio así el propio artista”, explica Lorne Campbell, el mayor especialista en el pintor flamenco y comisario de la primera muestra que se le dedica a Van der Weyden en España. “Es un acontecimiento histórico artístico de primer orden”, describe Zugaza.

     No había mejor escenario para esta excepcional exposición que la pinacoteca madrileña, que custodia El Descendimiento, absoluta obra maestra del pintor afincado en Bruselas y una de las más famosas de todo el Prado, creada en el culmen de su carrera –antes de 1443– para la iglesia de Nuestra Señora Extramuros de Lovaina. Felipe II, “el más ferviente de todos los admiradores que Van der Weyden tuvo en la península”, según Campbell, la trajo a España para su capilla-oratorio del Pardo, en donde ya colgaba con la inmensidad de su desconsuelo en 1564. “Para mí –afirma– es la pintura más bella del mundo”.

     El pretexto para la exposición –abierta hasta el 28 de junio– ha sido la exquisita restauración en los talleres de la pinacoteca madrileña de la otra gran joya de Van der Weyden en España, el Calvario, obra propiedad de Patrimonio Nacional, esencial de las colecciones de pintura del monasterio de San Lorenzo de El Escorial desde que en 1574 lo llevara allí el propio Felipe II; quien lo colgó junto al Descendimiento –trasladado en 1566–, aunque este último ingresó en el Prado en 1939. “La presencia de Van der Weyden en la corte española se reforzó gracias a la devoción por el pintor de Felipe II, quien en 1555 logró adquirir el Calvario, la última de sus obras, que había sido donada por el propio artista a la cartuja de Scheut, cerca de Bruselas”, añade Zugaza. 

   
El Calvario en la exposición. Foto: Museo del Prado.

  
     La tabla, pintada entre 1457 y 1464, luce ahora iluminada, pulcra y fascinante, espléndida en cada detalle: “Aunque Cristo está muerto, con la cabeza baja y los ojos cerrados, llora: una lágrima resbala del ojo derecho, y dos del izquierdo –la enseña Campbell–. Es tanto una imagen como un cuerpo humano; es a un tiempo un cadáver y un hombre vivo que llora”. Regresa a España, además, el llamado Tríptico de Miraflores, denominado así por la burgalesa cartuja de Miraflores, cenobio al que Juan II de Castilla lo había regalado en 1445. Es por tanto la primera obra que llegó del artista a España, aún en vida de Van der Weyden. Deslumbrante y con la Virgen María como protagonista, el Tríptico reúne las escenas del Nacimiento de Jesús, el Descendimiento de la Cruz y la Aparición de Cristo a la Virgen. Fue expoliado por el general napoleónico Jean Darmagnac durante la Guerra de Independencia y se expone en el Prado procedente de la Gemäldegalerie de Berlín.

      “Aunque de escalas muy distintas, estas tres obras tienen muchas cosas en común –describe Campbell–. Las tres son de tema religioso y las tres producen una intensa impresión de vida. Van der Weyden pinta con asombrosa fidelidad detalles como las lágrimas, la sangre, los hilos con los que están tejidas las telas y con los que están cosidas las prendas”. La exposición del Prado, difícilmente repetible, reúne también el deslumbrante Tríptico de los Siete Sacramentos que conserva el Koninklijk Museum de Amberes y atribuido al pintor flamenco. “Es una de las más sofisticadas y exquisitas invenciones –afirma Zugaza– entre las diversas versiones del asunto iconográfico del Calvario que pintó el propio Van der Weyden”, y cuyos logros compositivos influyen, entre muchos otros artistas, en la versión realizada por uno de sus discípulos directos, el llamado Maestro de la Redención del Prado, denominado así por su obra cumbre, el Tríptico de la Redención, cuya tabla central, la Crucifixión, puede admirarse en la muestra.

Tríptico de Miraflores. Foto: Museo del Prado.

     Van der Wayden renovó el lenguaje pictórico con una “inconfundible personalidad artística” que tuvo fama en toda Europa como, dice Campbell, “el mejor y más importante pintor de temas religiosos de su tiempo”. El comisario destaca, asimismo, el notable diálogo que hay en su obra con la escultura –esa fabulosa sensación de tridimensionalidad de sus figuras, por ejemplo– y la arquitectura, así como la seguridad y rapidez de su técnica, llena de osadía y modernidad. “A menudo me parece que Van der Weyden tiene más que ver con Matisse y con el Picasso del Guernica que con sus contemporáneos como Van Eyck”, llega a afirmar. “Todas son imágenes de una perfección estética aparentemente inmutable”, prosigue Campbell. Otro de los “más bellos originales” atribuidos a Van der Weyden, según Miguel Zugaza, es la Virgen con el Niño (h. 1435-38), conocida como La Madonna Durán, “que probablemente llegó a España en el siglo XV, aunque su primer propietario conocido fue el infante don Luis, hijo menor de Felipe V”, según añade Campbell. Pertenece al Prado desde que Pedro Fernández Durán (1846-1930) legara su colección a la pinacoteca.

TALLAS, ESCULTURAS Y TAPICES     
Además de las cinco obras de Van der Weyden y la Crucifixión del Maestro de la Redención, la exposición del Prado exhibe dos obras atribuidas al taller del pintor: el Retrato de Isabel de Borgoña (Paul Getty Museum de Los Ángeles) y La Piedad del Museo del Prado, ambos datados entre 1440 y 1450. Expone junto a ellas doce copias y versiones de obras del pintor flamenco, “que fueron también muy apreciadas en la península Ibérica desde fecha muy temprana”, como apunta Zugaza, ya sean pinturas, esculturas, tapices o dibujos. Así, por ejemplo, se exhibe La Crucifixión del Retablo de la Virgen de Belén, de la iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo (Santander), obra de escultores de Bruselas hacia 1440 según modelos de Van der Weyden y su taller. O el magnífico tapiz conocido como Episodio de la historia de Jefté conservado en el Museo de los Tapices de la Seo de Zaragoza, que igualmente parte de diseños de Van der Weyden y que pudo pertenecer tanto al condestable Pedro de Portugal como a Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico. La espectacular escultura funeraria del obispo Barrientos del Museo de las Ferias de Medina del Campo, también presente, es asimismo “una de las joyas de la estética rogieriana en la Castilla del siglo XV”.


      Lorne Campbell destaca, además, la versión que el llamado Maestro de don Álvaro de Luna hizo de la Madonna Durán y catalogada como La Virgen de la Leche, al igual que La aparición del Cristo a la Virgen, tabla lateral derecha de la copia que Juan de Flandes hizo del Tríptico de Miraflores por encargo de Isabel la Católica, en préstamo por el Metropolitan Museum de Nueva York. También ha incluido La Crucifixión del anónimo pintor conocido como el Maestro de la Leyenda de santa Catalina, de la colección del Prado, que imita la Crucifixión con santos y donantes atribuida a Van der Weyden y conservada en Viena. O el Retrato de un hombre robusto (h. 1435), atribuido a Robert Campin, realizado a partir del José de Arimatea que Van der Weyden pinta en el Descendimiento. “Cada una de las obras expuestas: tallas, esculturas, dibujos, pinturas o tapices, tienen como denominador común la originalidad de la obra del maestro flamenco –resume el director del Prado–, ya sea en el excepcional grupo de obras autógrafas reunidas como en las copias directas, las traducciones de sus diseños o las plasmaciones de sus ideales estéticos”.

Leer en la revista Vida Nueva (nº 2.937):

lunes, 20 de abril de 2015

Leer para ser feliz | Laurel y rosas (33)

La escritora Inma Chacón afirma que "leer para hacerse preguntas, para intentar contestarlas y dejar algunas sin resolver".
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Permítanme en el umbral del día del Libro dedicarle hoy un panegírico al lector. A usted. A aquel que lee “para disfrutar, disfrutar, disfrutar”, como afirma el novelista Andrés Barba. A aquellos que, como Pilar Adón, editora, poeta, traductora, confiesa que “lee para disfrutar, aprender y evadirse, lo que no evita la reflexión”. En todo caso, como se reconoce Inma Chacón, también poeta y narradora, a aquellos que leen “para hacerse preguntas, para intentar contestarlas y para dejar algunas sin resolver, para buscarlas en otras lecturas”. Como si fuera un círculo que se cierra, el “postpoeta” Agustín Fernández Mallo suele manifestar que solo hay una manera de acercarse a ese ejercicio singular de encarnarse en personajes literarios, protagonistas de la historia y olvidados del periodismo: “Leer por el placer de leer. No hay más. Lo que se derive de ahí ya tiene que ver exclusivamente con los gustos, carácter, estado de ánimo y cultura de cada lector”. Lo dice también, más o menos aproximadamente, Juan Gómez-Jurado, un autor que domina las redes sociales y el diálogo con los lectores: “Leer para pasarlo bien, ¡siempre! La vida tiene que ser divertida”. O igualmente el reflexivo Use Lahoz: “Leer para... divertirse, pensar, sorprenderse, y habitar mundos mucho más interesantes y fascinantes que el nuestro. Y, además, sale barato”. En definitiva, como dicen Luisgé Martín y José Luis Rodríguez del Corral, “leer para todo”.


      Leer, sin duda, también es una actitud, una disposición ante el mundo: saber que, cuando abres una novela, cualquier libro, te puede ocurrir cualquier cosa. Lo apunta Javier Moro: “Creo que hay que leer para distraerse, para divertirse, para aprender, para retrasar la llegada del Alzheimer y las demencias seniles y, sobre todo, para soñar, para vivir una doble vida, para abstraerse de lo cotidiano y viajar por otros mundos a la sombra de algarrobo o de un toldo en la playa. Y también para reflexionar sobre la prima de riesgo y esas cosas tan arduas y deprimentes, para intentar entender las razones de nuestro desastre nacional y, sobre todo, para relativizar nuestra situación en la Historia”. El gran C. S. Lewis –hoy condenado al ostracismo de Narnia– pensaba que “preguntarse por qué leer es como preguntarse por qué escuchar”. Quizás sea, por tanto, una columna en vano. O igual no.

     Un viajero vocacional, por la geografía europea y por la literatura universal, como José Ovejero ahonda en el equilibro entre la evasión y la reflexión, pero está contra la “dictadura del entretenimiento”: “La literatura, como la filosofía o la economía –afirma–, no tiene por qué ser entretenida, no es esa su máxima aspiración. Otra de sus funciones es precisamente despertarnos, sacudirnos, hacernos reflexionar, poner en tela de juicio nuestros valores y nuestras creencias, obligarnos a revisarlos”. La literatura también es incomodidad. “A mí me gustan los libros que, después de haberlos leídos –admite la narradora Marta Sanz–, me dan la impresión de que veo mejor. Me gustan los libros que de un modo u otro me dejan tocada”. Que es, más o menos, lo mismo que señala el prolífico Antonio Gómez Rufo: “Leer siempre para reflexionar. Y si, de paso, distraen de los dramas cotidianos, mejor”. En cualquier caso, el poeta y novelista Manuel Vilas lo dice rotundamente: “Leer para vivir. Si lees, estás más vivo”.


     ¿Leer qué? Leer, en cierto modo, el mundo. Y el mundo lo escriben novelistas, poetas y filosófos. Historiadores, investigadores, ensayistas. Todos aquellos que, como decía el recién desaparecido Eduardo Galeano, han trascendido, han superado, han mejorado el silencio con sus libros. Esos, todos esos libros, solo esos libros, son los que merecen leerse. En torno a “este tiempo de cataclismos”, como lo define Juan Eslava Galán, hay que leer, entre tanta y tanta oferta, lo que está también más cerca. Leer a José Antonio Ureba, a Jesús Romero Aragón, a Antonio Estrada, a Miguel Ángel García Argüez, a Quino García Contreras, a José Luis Aragón Panés, a Guillermo Alonso del Real, a Tomás Gutiérrez, a Jesús Romero Montalbán, a Domingo Galán, a Paco Montiel, a Francisco Javier Yeste… a Pedro A. Quiñones Grimaldi, que la próxima semana publica su “A orillas del Iro” (Navarro Editorial), un peculiar recorrido cronológico y onomástico sobre personajes y capítulos extraordinarios de la historia de Chiclana. A Anate Rivera y su reciente novela de misterio, humor y erotismo poético que ha titulado “A mí me parece un sueño” (Editorial Círculo Rojo). Y a tantos otros autores chiclaneros que me dejo atrás. Los que fueron y los que serán. Escritores todos que van de lo concreto a lo global, según ese dicho tan instaurado gracias, entre otros tantos, a Jorge Luis Borges: “Para llegar a lo universal, hay que escribir de lo local”. Y leerlos, como sentencia José Carlos Somoza, “para ser más felices”.

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lunes, 6 de abril de 2015

Resurrección y una coda periodística | Laurel y rosas (32)

Resucitado que procesional en Chiclana el domingo de Pascua. Foto: Paco López.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Es Domingo de Resurrección, de Pascua, de Pascua de flores o florida; más propiamente, de Gloria, acepciones sinónimas que nos otorga la tradición para este día en el que, a partir de las once de la mañana, Jesús Resucitado culmina la Semana Santa de Chiclana. Vivimos –lo hemos acabado de ver– el Viernes Santo con más intensidad que el Domingo. No debería ser así. Que el concepto de Resurrección palidezca precisamente frente al de la agonía del Gólgota –cada día, en cierto modo, más popular– es parte de la desolada lógica de la desmitificación de la religión. Esta reflexión la tomo de uno de los grandes pensadores de hoy: el alemán George Steiner. Digámoslo, sin embargo, de otro modo más gráfico, usando la oratoria de un filósofo español, el barcelonés Joan Carles Mélich: “Creo que hay una religión de Viernes Santo y otra de Sábado de Gloria. La mía sería de este Sábado de Gloria. Este aforismo se podría entender como una confesión de que yo soy de este Dios triunfador. De ahí que el día de la Semana Santa que encuentro más fascinante y también inquietante sea el Sábado de Gloria, en donde no hay ni muerte ni resurrección. Es el momento de la duda que, a veces, se resuelve el Domingo de Resurrección”. No tanto en la certeza arcana de una vida eterna, sino por ese Jesús que, hoy de nuevo, renace dentro de quien lo ha elegido como modelo de vida y símbolo de fe.


Toro del Aleluya en Arcos de la Frontera, donde aún no
se ha perdido la tradición secular del Domingo de Pascua. 



     Detengámonos, de momento, en este Sábado de Gloria, que es, realmente, con su vigilia pascual, el día de mayor trascendencia litúrgica para otros muchos católicos. Y, sobre todo, en el calendario histórico. La tradición –también local– primaba esta fiesta religiosa ante cualquier otra. Y el simbolismo de la fiesta por excelencia eran los toros, esos toros embolados que, precisamente, corren por otras ciudades de la provincia aún hoy aunque vencidos por el folklore. En Chiclana fue habitual verlos por las calles hasta bien entrado el siglo XIX estos sábados de Gloria en conmemoración de la Resurrección. En el cabildo de 21 de marzo de 1885, por ejemplo, el alcalde Félix Martínez Domínguez aprobaba “…asistir en Corporación á los Divinos Oficios del Domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santos. Igualmente acordó que como es costumbre inmemorial en esta población, el Sábado Santo después del toque de Gloria se corra un toro con cuerda”, según las actas capitulares transcritas por José Luis Aragón Panés. Ese toro enmaronado es verdad que, desde hace siglos, iba y venía, siempre desde el llamado callejón de los Toros (muy posteriormente denominado callejoncillo de la Cárcel, hoy desaparecido tras la ampliación de la Plaza Mayor) también en fiestas como el Corpus Cristi, que era la gran fiesta de Chiclana hasta que la Feria de San Antonio le quita el protagonismo ya a finales del siglo XIX. También en Feria se llegaron a organizar esta sueltas de toros, que, por otra parte, han vivido múltiples itinerarios por la localidad hasta desaparecer.

     No es, jugando con las palabras, necesario –ni falta que hace– la resurrección de estos toros enmaronados, embolados o en cualquiera de sus versiones. Pero, cambiando de tercio, sí que querría concluir con un deseo de resurrección, precisamente al hilo de la necesidad que estimo tiene esta ciudad de una revista de investigación histórica, o cultural, o ciudadana, adjetivos intercambiables, y para la que hay, así lo veo, lectores y demanda. Me refiero a la recuperación en una tercera etapa de la revista “El Trovador”, tarea para la que es necesaria la concentración de la iniciativa empresarial privada y el apoyo publicitario. Sería un modo de rescatar no solo ese “Periódico Independiente, Noticiero e Informativo” que durante 1932 y 1933 tuvo su redacción en la calle De la Fuente. Y que, ya en una segunda etapa en los años 80, fue rescatada como “Revista informativa y cultural de Chiclana”, bajo el patrocinio del Ayuntamiento, primero, con Francisco Javier López Macías y, más tarde, con Domingo Bohórquez Jiménez. A su manera, tuvo una importantísima tarea de recuperación de la historia local, que, dicho sea de paso, necesitaríamos alguna vez disponer de ella digitalizada para su difusión a través de internet. 

Portada del primer número del semanario "El Trovador" (1931)

     Habría que hacer singularmente lo mismo, por ejemplo con aquellos periódicos independientes de principio de siglo XX, como “La Voz de Chiclana” (1917), denominado “Periódico de instrucción y defensa social”, en el que participó activamente el padre Fernando Salado Olmedo. O los que en los primeros años 30 se editaron como “La Semana” (1930-32) o “El Trovador” de la primera etapa, que convivió con la revista “El sablazo”, de José Navarro Forero. Incluso aquel otro periódico independiente bautizado como “El Iro” (1934), inspirado en los seis números de “El Liro” (1849) que Antonio Hay de la Puente editó como “Periódico semanal de intereses locales y de todo cuanto no sea política”, afortunadamente digitalizado por la librería y editorial Navarro. Eso sí que serían verdaderas resurrecciones del patrimonio histórico y periodístico –tan escaso– de Chiclana.

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lunes, 23 de marzo de 2015

Réquiem, duelo e iluminación / Laurel y rosas (31)


Recreación del paso del Santísimo Cristo Yacente, en la "Pasión" de la compañía Teatro Corsario, de Valladolid. Foto: Luis Laforga/Teatro Corsario.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
En el umbral de la Semana Santa, en las andas mismas de pregones que van y vienen al filo de la Cuaresma, es el momento preciso para significar cómo en las calles de Chiclana vamos a ver de nuevo ese itinerario donde la divinidad de Jesús se esconde. En la Pasión, la filiación divina de Jesús irradia desde su humanidad. Dios se humaniza al vincularse al sufrimiento, que es la revelación de la Cruz. Borriquita, Humildad y Paciencia, Afligidos, Perdón, Medinaceli, Nazareno, Santo Cristo, Santo Entierro encarnan eso que Rafael Argullol, novelista y ensayista, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidat Pompeu Fabra, llama la “pasión del Dios que quiso ser hombre”, título preciso de su último –y recomendable– libro sobre la atracción de la figura de Jesús y su íntima vinculación con la historia del arte. “La intimidad que pronto dejé de tener con el cristianismo –confiesa Argullol– la continué teniendo con Cristo. El personaje me fascinaba, por más que fuera escurridizo para toda interpretación. Si mayor poder residía, creo, en ese oscuro amor que se enroscaba alrededor de tanto tormento. Esto era, al mismo tiempo, excesivamente inquietante”.

     La vida y la muerte de Jesús ha transformado nuestras formas de ver la vida; del mismo modo que altera la cotidiana tranquilidad de las calles durante la Semana Santa. Su presencia ha marcado, también, nuestra forma de comprender la cultura –el arte y la música, básicamente– a lo largo de los siglos. Inmersos en una sociedad escéptica, enclavados en un tiempo postreligioso, creer no es fácil, pero al mismo tiempo la figura de Jesús emerge de nuevo como un modelo a imitar: el centro de mensaje de Jesús está en su vida, no en su muerte y en el posterior anuncio de su resurrección. Su Pasión –esa epopeya trágica del cuerpo– es el espejo en el que se refleja la humanidad del Dios hecho hombre. Aquello de lo que habla el filósofo Juan Antonio Estrada en “¿Qué decimos cuando hablamos de Dios? La fe en una cultura escéptica” (Editorial Trotta): “La religión tiene que humanizar, capacitar, ayudar a crecer. Dar fruto de justicia, de verdad y de solidaridad”. El hombre se diviniza al solidarizarse con el otro.


     Es indudable que la cultura tiene una atracción pendular, de idas y venidas, con el misterio de Jesús. En los últimos años, novelistas españoles –y no solo católicos– se adentran en su figura con curiosidad y profusión: el citado Rafael Argullol, Eduardo Mendoza, Ricardo Menéndez Salmón, Álvaro Pombo, Gustavo Martín Garzo, José Luis Corral. En la poesía y en el teatro figuras renovadoras como José Manuel Correidora se enfrentan a Cristo y su Pasión, como desde el renacimiento lo vuelven a hacer compañías contemporáneas como Nao d’Amores o desde el barroco la vallisoletana Teatro Corsario.

     En el escenario musical, existe una renovada pasión –sirva el juego de palabras– por programar una y otra vez réquiems, entendidos no solo como el género medieval de la misa de difuntos, o sus versiones más contemporáneas denominadas “corpus un memoriam” basadas en textos sagrados, o incluso esas “evocaciones fúnebres o lamentaciones de tema mortuorio” desprovistas de toda connotación litúrgica. La misa de réquiem es una de las mayores aportaciones de la Iglesia Católica a la música clásica. El origen de una composición concebida –más allá de su funcionalidad litúrgica– para transmitir paz y consuelo explica, indudablemente, el interés creciente que se vive por los réquiems. También como materialización coral de la Pasión de Cristo. Nunca se han programado tantos ni tan diversos.



      El próximo día 28 –sábado de Pasión– la Iglesia Mayor de San Juan Bautista, inmersa en su conmemoración del II Centenario de su apertura al culto, será escenario a las 21,30 horas de uno de los más singulares y contemporáneos: el estrenado en 1985 por el legendario Andrew Lloyd Webber, uno de los grandes compositores del siglo XX, conocido por sus musicales: “Jesucristo Supertar”, “Cats”, “El Fantasma de la Ópera” o “El mago de Oz”. Webber escribió su “Misa de Requiem” en memoria de su padre, y la representó por primera vez en la iglesia episcopaliana de Santo Tomás, en Nueva York, hace justamente 30 años. 

     Es la partitura –incluido el famoso Pie Jesu, el single que interpretado por la soprano Sarah Brightman llegó a estar entre los más vendidos en todo el mundo– que ahora recupera la Orquesta Sinfónica del Aljarafe, dirigida por Pedro Vázquez Marín. Esta joven orquesta tiene en su catálogo otros réquiem famosos representados en Chiclana en los últimos años –Mozart, Cherubini–, pero también más desconocidos como el que interpretaron el pasado año de Franz Von Suppé, compositor autrohúngaro que lo estrenó en 1855. El impresionante “Descendimiento” (1435) de Rogier van der Weyden –al que el Museo del Prado dedica ahora una excepcional exposición– sirve un año más de cartel al réquiem que programa el Ayuntamiento de Chiclana. Réquiem, duelo, consuelo e iluminación.


Leer en Diario de Cádiz: 
http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/1989915/requiem/duelo/e/iluminacion.html

P.D. Recomendabílisma esta grabación de 2010 del programa "Al margen-La última luz", de RNE, dedicado en 2010 al Réquiem de Lloyd Webber:

http://www.rtve.es/alacarta/audios/al-margen/margen-ultima-luz-requiem-andrew-lloyd-webber-22-01-10/665340/