domingo, 28 de diciembre de 2014

De Asiria a Iberia / Laurel y Rosas (25)

Entrada a la exposición en el Metropolitan Museum of the Arts. Foto: The National Herald

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
En “Desvío a Santiago” (Siruela, 1993), el gran novelista y viajero Cees Nooteboom escribe: “No se puede demostrar y, sin embargo, lo creo; en algunos lugares del mundo tu llegada o salida se amplían de un modo misterioso por las emociones de todos aquellos que han salido o llegado antes que tú”. El escritor holandés nombra, por ejemplo, la Torre de las Lágrimas (Schreierstoren) de Ámsterdam o la catedral de Santiago de Compostela, como dos de esos lugares emocionales donde “quien tenga un alma lo suficientemente visionaria sentirá una suave resistencia en el aire”. En el primero flota toda la pena de todos aquellos que se despidieron ante un viaje del que no sabían si iban a volver. Toda la energía de los peregrinos que durante un milenio llegan a Santiago se nota en el pórtico de la Gloria tallado por el maestro Mateo y todos los que siguen tocando –y puliendo– su columna central día a día. Es la emoción del fin del camino. Llego a Nueva York y, sí, de algún modo inexplicable también sopla en su viento helado la emoción –y la angustia– de todos los que antes desembarcaron en la tierra prometida del siglo XX: “Es increíble. El puerto y los rascacielos iluminan confundiéndose con las estrellas, las miles de luces y los ríos de autos ofrecen un espectáculo único en la tierra. París y Londres son dos pueblecitos si se comparan con esta Babilonia trepidante y enloquecedora”, escribió Federico García Lorca en 1929 en una carta a sus padres, antes de concluir su libro más extraordinario, “Poeta en Nueva York”. Lo recoge el profesor Julio Neira en una antología espléndida: “Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York” (Fundación José Manuel Lara, 2012).

           Aquí, en Nueva York, tomo conciencia –no sé si decir, definitiva; la sensación, no es ni mucho nueva: es, de algún modo, innata– de que también tenemos la fortuna de vivir en un espacio de peregrinaje y de emoción que tiene en Sancti Petri, en el templo de Melkart, su propio eje telúrico y el eco de los siglos. Muchos lo hemos sentido –¿verdad Fran Toledo?– sobre el mismo castillo oteando la costa, imaginando ese templo magníficamente recreado por Antonio Vela en el Museo de Chiclana. Lo escribo después de recorrer la magnífica exposición “De Asiria a Iberia. En los albores de la Época Clásica”, en la segunda planta del Metropolitan Museum of Art. Ahí, entre las 260 piezas arqueológicas que narran el génesis del mundo tal como lo concebimos –el desarrollo de la escritura, la navegación y el comercio, entre otros–, desde los reinados de Asurbanipal II (883–859 a. C.) en Asiria y Salmanasar III (858–824 a. C.) en Tiro al del mismísimo Midas (740-696 a. C.) en Frigia y Nabucodonosor (630-562 a. C) en Babilonia. Los fenicios ampliaron el horizonte de Oriente Próximo con la conquista de Iberia a bordo los llamados "hippoi", por las cabezas de caballo que lucían en popa y proa. Y sí, llegaron a Iberia, fundaron Gadir y en el entorno entre el islote de Sancti Petri y la punta del Boquerón erigieron ese templo dedicado a Melkart, romanizado después en Hércules, en el que Julio César lloró de humildad ante la estatua de Alejandro Magno, según narra Suetonio, y el mismísimo Anibal partió para la conquista de Italia.

Vitrina con las piezas de Sancti Petri


          Dos de las seis estatuillas halladas bajos las aguas de Sancti Petri –en préstamo por el Museo de Cádiz– sirven de testigo de aquella magnificencia y de las profundas raíces entre las tradiciones artísticas y comerciales que se desarrollaron en Oriente Próximo y en todo el Mediterráneo. La estatuilla de bronce del dios Melkart –ERA Cultura comercializa para esta campaña de Reyes una extraordinaria réplica tallada por José Antonio Barberá– y otra de menor tamaño del dios Baal se exhiben en Nueva York, junto a tres piezas del tesoro del Carambolo hallado en Camas (Sevilla), además de otras de procedencia ibérica. Seguramente exagero, es probable que no sea más que un ataque de chovinismo, pero ahí, en las salas “Iris and B. Gerald Cantor” del mismísimo Metropolitan, pensé con orgullo en Sancti Petri, en el importante rastro fenicio en Chiclana –hoy gracias al Ayuntamiento incluida en la Ruta de Ciudades Fenicias– y, también, que de algún modo, sin embargo, aún no hemos sabido explicar –no ya al turismo, sino a nosotros mismos– que formamos parte con derecho propio del espacio fundacional del mundo contemporáneo. 

          De ahí la importancia singular de la musealización y de la ampliación de las excavaciones del yacimiento fenicio del cerro del Castillo –una de las prioridades del delegado de Fomento y Cultura, José Manuel Lechuga– e, incluso, de un centro de interpretación que, durante todo el año, aborde el espléndido pasado de Sancti Petri y esa “suave resistencia en el aire”, como diría Nooteboom, en el futuro “Bosque pesquero”. Porque sí, porque Gadir, porque Sancti Petri, porque Chiclana, formó parte de ese eje fundacional del mundo de hoy que iba “De Asiria a Iberia”. Y aún –repito– no hemos sabido cómo presumir de ello.

http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/1929079/asiria/iberia.html

domingo, 14 de diciembre de 2014

Chaves de la Rosa, obispo pecador (y 2) / Laurel y rosas (24)

Fotografía del epitafio de este Obispo en el crucero de la
Iglesia Mayor de San Juan Bautista (Chiclana).

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
A su vuelta del castillo de Valençay en 1814 –donde había permanecido retenido por Napoleón desde 1808– Fernando VII llega a Valencia el 16 de abril dispuesto a aceptar el famoso “Manifiesto de los Persas”. La restauración de la Monarquía absolutista toma cuerpo el 4 de mayo, cuando firma el decreto que deja sin efecto la Constitución de Cádiz y el rey pasa de ser el “deseado” a “felón”. Tal decisión, marcará el futuro de España y también el de un Pedro Chaves de la Rosa que, ya con 74 años, había acabado de prestar en las Cortes de Cádiz su último servicio a la Corona, a la patria y al liberalismo. Había sido nombrado meses antes, aún en plena guerra de la Independencia, nada más y nada menos, que Pro-Capellán de Palacio, Limosnero Mayor del Rey, Patriarca de las Indias y Vicario General de los Ejércitos y la Armada por Luis de Borbón y Villabriga, cardenal arzobispo de Toledo y presidente de la Regencia, sobrino de Carlos III, el único Borbón que hizo frente a Napoleón y permaneció fiel a los liberales y a la Constitución de 1812. La biografía del sabio ilustrado enterrado en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista se bifurca como dos ríos en este preciso instante, justo ante su encuentro con Fernando VII, que debía de confirmarle en el cargo. Nunca lo hizo. Fernando VII tenía ya una primera víctima para su taimada represión liberal…
Mariano de Cateriano sostiene que Chaves de la Rosa fue “confinado” en Chiclana por orden del Rey, quien le negó además la pensión: “Vive en el destierro y en la miseria”, escribe. Sin embargo, duda de una escena que algunos historiadores sitúan en Burgos, otros –como el peruano Andrés Martínez– en Valencia, recién llegado Fernando VII del cautiverio francés. Por su alto cargo, Chaves de la Rosa acompañó al Regente al encuentro del rey. El general Manuel de Mendiburu narra la escena en su “Diccionario Histórico Biográfico del Perú”. Y dice: “Como Patriarca fue a recibir a Fernando VII en Burgos cuando regresó de Francia, y le tocó bendecir la mesa. El Rey no lo convidó a ella, y dejó que estuviese de pie todo el tiempo que él tardó en comer: en seguida lo confinó a Chiclana. Fue tal su indigencia, que en su última enfermedad tuvo que vender un cáliz que era lo único de algún valor que le quedaba”. Aunque Cateriano niega el desplante –duda incluso ante la falta de testimonios históricos que Fernando VII pisara Burgos– y también Cambiaso, entre otros.
El testimonio de Joaquín Lorenzo Villanueva, liberal, diputado en las Cortes de Cádiz e inspirador de gran parte de las nuevas políticas religiosas que se pusieron en marcha en aquellas sesiones, difiere del general Mendiburu. En sus memorias –tituladas “Vida literaria” y publicada en Londres en 1825– afirma: “En esta jornada acompañé en calidad de cura de palacio al nuevo patriarca de las indias, obispo de Arequipa don Pedro Chaves de la Rosa prelado anciano, sabio y virtuoso, que hallándose en Cádiz retirado en el oratorio de san Felipe Neri, después que renunció su obispado, fue estrechado por razones prudentes á admitir aquella dignidad, de la cual hizo dimisión hallándose en Madrid gravemente enfermo, poco días antes de llegar el rey a aquélla capital; y luego se retiró a Chiclana”.

Es lo que también sostiene Cambiaso: que “dejó” su cargo de patriarca de Indias para “venirse a Chiclana”, en donde, sigue afirmando, “coronado de dignidad, honor y honestidad, frutos correspondientes á una vejez adquirida en los caminos de la honra y de la justicia, aguardó que las leyes de la naturaleza, y la caduca suerte de los mortales, pusiese fin á su respetable ancianidad”. Falleció, según todas las fuentes, el día 26 de octubre de 1819, teniendo la edad de setenta y nueve años, cuatro meses y dos días. “Sin pompa, ni capilla ardiente, ni castrum dolores, ni cámaras regias, ni hayas enlutadas –dice Cambiaso–, fueron sus funerales y entierro”. Cateriano añade que “pocas, pero muy distinguidas personas, formaron su cortejo fúnebre”. El propio Chaves de la Rosa dispuso ser enterrado en su amada Iglesia Mayor, recién finalizada la cúpula que hoy le cobija, privilegio que debió aprobarse por el aura de hombre sabio y santo. Él mismo, según Cambiaso, dictó los dos primeros versos de su epitafio: “Pedro José/ Obispo pecador…”. Humilde y sencillo vivió, y así murió. La historia ha borrado su actividad a favor de los más desfavorecidos –que debió ser amplia– en Chiclana, en donde debió cultivar además su amor por la literatura y por las ciencias. Aún es recordado, afortunadamente, como gran impulsor de la educación, de las artes y de la beneficencia durante su brillante paso como obispo por Arequipa. En el Archivo Histórico Nacional duerme una petición de un sobrino –Francisco de Paula Narváez Cabeza de Vaca, “vecino de Chiclana”– fechada en 1820 para que se le concediera póstumamente la Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III. Ese documento nos arrojará nueva luz –convenientemente examinado y transcrito– sobre un gaditano, un chiclanero más, que ha de salir de las sombras e iluminarnos con su sabiduría y su ejemplo.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Chaves de la Rosa, obispo pecador (1) / Laurel y rosas (23)

El obispo Chaves de la Rosa. Anónimo. Fundación de Estudios Universitarios “Francisco
Maldonado”  [Antigua 
Universidad de Osuna]. Ayuntamiento de Osuna.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Al pie de las gradas del presbiterio, bajo la cúpula de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista, hay una sepultura que todos hemos pisado: “Pedro José/ Obispo Pecador/ Pide sufragios./ Falleció el 26 de/ Octubre de 1819/ a los 79 años de edad.// Este Ilustrísimo/ Sabio dispuso ocul/tarse al mundo/ bajo este humilde/ Epitafio”. La exposición “Vox Clamantis. Arte e Historia en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. 1814-2014” –que aún pueden ver en el Museo de Chiclana– ha permitido exponer por primera vez el retrato del “ilustrísimo sabio” Pedro José Chaves de la Rosa Galván y Amado (Cádiz, 1740-Chiclana, 1819). En ella se apuntan brevísimos trazos biográficos de una figura esencial –y desconocida– en la historia de América y también de España. Le debía particularmente el siguiente bosquejo, con la esperanza de que el padre José María Alcedo o el Dr. Mario Velarde Zevallos puedan, próximamente, mostrarnos la vida y obra de un personaje ante el que –así he de proclamarlo– uno no puede más que fascinarse cuando investiga y lee acerca de él. “Del varón mas prominente que, tal vez, de los reinos de España, haya visitado las playas de América”, como lo describió en 1888 uno de sus biógrafos, Mariano de Cateriano.

Las breves biografías existentes de Chaves de la Rosa –cuyo primer apellido es, a veces, escrito en América como “Chávez de la Rosa”– proceden todas de Arequipa (Perú), tierra natal del Dr. Velarde, del nobel Mario Vargas Llosa y del novelista Jorge Eduardo Benavides, que lo cita en varias ocasiones en su magnífica novela “El enigma del convento” (Alfaguara). Con Chiclana, Chaves de la Rosa tiene una íntima vinculación más allá de que esté enterrado aquí, dado que mantuvo residencia entre nosotros entre 1814 y 1819, aunque ya desde 1805 debió de pasar largos periodos en la villa por lazos familiares. Pero es Arequipa, ciudad en la que fue obispo entre 1787 y 1804, donde desplegó una incesante actividad liberal y de beneficencia, que aún hoy permanece viva. “Una exitosa reforma en la educación impartida en el Seminario Conciliar de San Jerónimo, asimismo contribuye a la divulgación de las ideas ilustradas y a una gran actividad a favor de los más necesitados”, como resume Nicolás María Cambiaso y Verdes en su Diccionario de personas célebres de Cádiz, 1830. El testimonio de Cambiaso es el único –cinco páginas subyugantes– escrito desde España. 

Imposible, ya lo confieso, encerrar en unas pocas líneas la extraordinaria vida de este obispo que, en su humildad, se reconoció pecador. Fue, dice Cambiaso, “hijo de don Salvador y doña Rosa Violante Galván, nació el 24 de junio de 1740, en la calle de San Pedro”, en Cádiz. La borla de teología –sigue afirmando Cambiaso– la recibió en la universidad de Osuna en 1761. Universidad de la que llegó a ser rector tres veces: en los años 1861, 1864 y 1866. Tras pasar por la catedral de Cádiz, por la capilla del Pópulo, es nombrado canónigo lectoral de la catedral de Córdoba. Pío VI –con la le nombra obispo de Arequipa, a donde viaja en 1788 acompañado de siete sacerdotes, pajes y criados que portan una prodigiosa biblioteca. Su labor intelectual debió ser pródiga y contagiosa. Aún este mismo año, ha visto la luz el ensayo “Tradición y modernidad: la biblioteca del obispo Pedro Chávez de la Rosa” (Pontificia Universidad Católica del Perú/Instituto Riva-Agüero, 2014), que explica por qué en la novela de Benavides –editada solo hace unos meses– un personaje en la Arequipa de Chaves de la Rosa llega a alabar de otro “el amor por las pugnas dialécticas y un encendido espíritu crítico y libertario, muy probablemente azuzado por los buenos libros que el obispo donó al seminario”. Pero en Arequipa fue mucho más: “Su palacio no parecía sino el domicilio de la piedad –escribe Cambiaso de su paso por Perú–, su traje era siempre el más modesto, su conversación grata, edificante, e instructiva; su régimen serio, religioso, e invariable: en todo cuanto le era propio respiraba cristianismo”.

Chaves de la Rosa regresa a Cádiz a finales de 1804. “Se retiró a vivir de particular en el oratorio de san Felipe Neri –añade Cambiaso–, habiéndose dignado S. M. asignarle cinco mil duros anuales de pensión sobre la mitra, para su decente manutención, y se puede decir con verdad que esto mas tenían los pobres de Cádiz y Chiclana, porque todo lo daba de limosna, y apenas tenía para pasar con un solo familiar”. Pero no pudo mirar a otro lado durante la Guerra de Independencia. “Su amplio espíritu liberal fue puesto de manifiesto en todo momento y en todo lugar”, como afirma el historiador peruano José del Carpio y Neira. Cautivo Fernando VII en Francia, en 1808 es nombrado miembro del Supremo Consejo de Estado. En Madrid, a juicio de Mariano A. Cateriano, “despliega todo el poder de su genio y esa portentosa actividad de otros tiempos”. Las Cortes de 1810, ya en Cádiz, le nombran presidente de la Junta Suprema de Censura desde donde promueve la eliminación de la Inquisición. La Junta de Regencia, aun con Fernando VII retenido por Napoleón en Valençay, le otorga en 1813 el título de Pro-Capellán de Palacio, Limosnero Mayor del Rey y Patriarca de las Indias, e igualmente Vicario General de los Ejércitos y la Armada. Tiene 73 años. Pero Chiclana le espera de vuelta.